Época: Inestable coexist
Inicio: Año 1945
Fin: Año 2000

Antecedente:
Europa, estabilidad y progreso



Comentario

En Francia las elecciones generales de 1956 dieron la sensación de que todos los partidos eran antiguos y estaban superados por los acontecimientos: los votantes socialistas eran ya funcionarios maduros, los comunistas partían, contra toda evidencia, de la pauperización de la población y el MRP permanecía vinculado al "tranvía del poder" (Mauriac). El movimiento de protesta auspiciado por Poujade consiguió el 11% del voto, igual que el MRP, uno de los partidos claves de la República. Al mismo tiempo, la situación política resultaba muy inestable por la existencia de un problema, el de Argelia, aparentemente irresoluble. En el verano de 1957 Francia tenía más de 400.000 soldados en Argelia pero existía una manifiesta indecisión general de los partidos, alimentada por un lenguaje vacío, sobre la forma de resolver el problema. Ningún progreso significó Guy Mollet, el principal dirigente del socialismo, durante su responsabilidad gubernamental.
Al mismo tiempo, sin embargo, en el campo económico se presenciaba una situación muy distinta. Para 1938 = 100 en 1958 se alcanzó el 116 en la producción total aunque la cifra relativa a la producción industrial era todavía más espectacular: 213. Ni en la Belle Epoque ni en los años veinte el crecimiento económico francés había sido semejante. En 1958 había ya en Francia 4 millones de automóviles mientras la productividad crecía un 5% anual. Sin mano de obra suficiente, sin inversiones fuertes y sin ni siquiera abrirse al exterior se estaba produciendo ya un crecimiento muy importante que la sociedad apreciaba, lo que explica los 800.000 nacimientos por año. Una profunda transformación estaba teniendo lugar en otros aspectos sin que apareciera muy clara en el día a día. Ejemplos complementarios de ella eran, por ejemplo, la "revolución silenciosa" de los campesinos que consiguieron mecanizarse o la educación secundaria, que duplicó sus efectivos.

Pero la gran debilidad de la IV República fue, como sabemos, el funcionamiento de sus instituciones políticas: la última elección presidencial -la de Coty- había exigido nada menos que trece votaciones y los ministerios apenas duraban ocho meses. En estas condiciones no puede extrañar que se generara un enorme vacío político que fue el que llevó al poder a De Gaulle con sólo ofrecerse y sin necesidad en absoluto de conspirar.

De su personalidad, tan relevante para la Historia francesa, es necesario que hablemos ahora, aunque sea brevemente. No ha habido intelectual francés importante que no haya emitido su juicio acerca de su persona, mezcla de capacidad de respuesta ante el futuro y de visión tradicional. Nacido en 1905, nada se entiende sin tener en cuenta la mentalidad en que se formó: fue la de la Francia derrotada, agravada en su caso por haber sido prisionero en la guerra de 1914. De ahí su nacionalismo: la pretensión que tuvo siempre de haber tenido "una cierta idea de Francia", frase con la que inicia sus memorias, y de que ésta venía "desde el fondo de las edades". Para De Gaulle, no obstante, Francia era también frágil: podía ser secuestrada por los políticos y necesitaba conciencia de un papel en el mundo que excitara su orgullo, el que solamente él podía proporcionarle pues tenía legitimidad suficiente para hacerlo tras haberla salvado en 1940. Para ello contaba no sólo con una trayectoria militar impecable -fue el único en prever el papel del blindado en la guerra del futuro- sino también conciencia histórica, grandeza de juicio, sentido del gesto e, incluso, calidad literaria -redactó siempre sus discursos- y capacidad de proyección a través de los modernos medios de comunicación, como la televisión. En 1958 fue para Francia una solución pero desde su retirada en 1947 no había hecho otra cosa que alejarse de la mayoría de los franceses ahondando en su retirada previa: de su propio partido decía que estaba compuesto por un tercio de idiotas, otro de colaboracionistas y otro de valientes. Sólo Argelia, que no fue nunca la principal de sus preocupaciones, explica que volviera al poder. Francia debió recurrir a él a pesar de que en un primer momento, cuando él mismo se ofreció, los más cercanos entre sus seguidores -el propio Pompidou, que habría de sucederle- pensaron que se equivocaba.

El Gobierno formado por De Gaulle en mayo de 1958, que contó con tres antiguos presidentes del Consejo, recibió poderes especiales durante seis meses: eso le convertía en un Gabinete que, a pesar de recibir su legalidad de la IV República, estaba muy alejado de ella. Parte importante de los políticos nombrados no correspondían ni siquiera de forma remota a las ideas políticas defendidas por De Gaulle durante el período anterior, pero éste se apoyó de hecho en un Gabinete formado por un grupo de tecnócratas, como Pompidou, encargados de poner en marcha las decisiones principales de la acción política y administrativa. El propio general llegó a hacerse cargo de la reforma de las instituciones. Ésta se basó en un "parlamentarismo regenerado" que en la práctica se revistió de unas características muy peculiares: el ejecutivo tendría la potestad de convocar referendums, de recibir poderes excepcionales y de llegar a la disolución de la Asamblea. En el Parlamento los diputados no podrían, en adelante, incrementar el gasto público y los abstenidos serían considerados como partidarios del Gobierno. El problema que el nuevo sistema de Gobierno tuvo, desde un principio, fue la permanente posibilidad de una "diarquía" en la cabeza del ejecutivo, con un Presidente de una significación política y un primer ministro de otra. El referéndum de septiembre de 1958 dio unos resultados que poco tenían que ver con el contenido concreto de la Constitución pero que revelan el ansia de estabilidad. Incluso los socialistas se declararon a favor de la misma, como el 80% del electorado; sólo los comunistas estuvieron en contra pero este fue motivo suficiente para que perdieran votos pasando del 25% al 20%.

La llegada al poder de De Gaulle, además, provocó una crisis general de las formaciones políticas, en especial de las menores. En noviembre de 1958 las elecciones se celebraron en un ambiente de "gaullismo universal". Aunque los acogidos a esta etiqueta fueron sólo el 20%, el 22% de los moderados era asimilable a ellos. El 19% de los comunistas y el 15% de los socialistas testimoniaban claros retrocesos. Los comunistas perdieron un tercio de los votos con respecto a la elección anterior.

La primera parte del Gobierno de De Gaulle -hasta 1962, año de la independencia de Argelia- estuvo dedicada a esta cuestión. Su ambivalencia sobre ella explica su ascenso al poder: así como los partidarios de una solución liberal pensaban que De Gaulle tendría la suficiente autoridad como para imponer una solución de este tipo, muchos partidarios de la Argelia francesa daban por descontado que mantendría la presencia francesa allí. De Gaulle había hablado de la posibilidad de una "asociación" pero no tenía en absoluto una idea precisa acerca de cómo resolver el problema. En cambio sí tenía clara la idea de la necesidad de un restablecimiento del poder y de la disciplina del Estado. A partir de enero de 1959, al amparo de las encuestas en la metrópolis, habló ya de autodeterminación e incluso de una "República argelina". La proclividad hacia la subversión de los partidarios de la colonización produjo repulsa e incluso miedo en la población francesa. Cuando hizo un referéndum siguió manteniendo un apoyo del 75% de los franceses metropolitanos pero en Argelia el porcentaje resultó muy distinto. Ya en abril de 1961 tuvo lugar un intento de golpe de Estado en Argel que fracasó por la ausencia de apoyo en Francia. La negociación con los argelinos fue muy dificultosa porque no quisieron ceder el Sahara y ni tampoco dar garantías a la población europea. En marzo de 1962 se produjo la independencia de Argelia: la coexistencia de las dos comunidades resultó imposible a continuación y Francia debió ser generosa con los repatriados.

En realidad, lo que hizo De Gaulle en toda esta cuestión fue mantener una especie de combate de retirada. Habitualmente tomaba la medida del estado de las fuerzas contrarias y buscaba siempre sucesivas soluciones que le parecían más viables sin descartar por completo las anteriores. Pero, en definitiva, hizo del fracaso una victoria presentando las concesiones al adversario como propuestas audaces propias. Ése era el único procedimiento para solucionar el problema y probablemente, además, él era la única persona que podía hacerlo. Al final pensaba que Argelia era una especie de caja llena de escorpiones; sólo librando a Francia de ella podría emprender un nuevo rumbo. Así sucedió, en efecto, en los años siguientes.